Francisco Trujillo: Cañada, en su pasado y mis cosas. Año 1935

Luis Dalledone es reemplazado por Bautista Borgarello en la Jefatura Municipal

En este capítulo Trujillo nos relata como se interviene la provincia y cambian al intendente de la ciudad.


El treinta y cinco asoma para mí
rubricando una mejor situación 
económica. Ya entonces las nubes
que cubrieron el pasado infortunio,
habían despejado el cielo que tanto
anhele en mis momentos angustiosos.
Mi espíritu rebosaba gozoso
porque era el momento que los escollos
ya no magnificaban mis problemas,
y al finalizar cada mes, tenía
en mis manos más dinero que usaba
con mi familia viviendo mejor.
La venta de los trajes a medida
que realizaba desde un año atrás
con el amigo Real, visitando  domicilios
en las horas que tenía, libres, trajo
a mi peculio un crecimiento más,
sin importarme el trabajo mayor.
Las horas para descansar me fueron
muy reducidas. Las ventas se hacían
con mas frecuencia y los primeros clientes,
un nuevo traje volvían a comprar,
y a medida que el tiempo transcurría,
para mi resultaba más simpática
la tarea de ese negocio que Real
supo mantener con buenos trabajos
y seriedad en las fechas de entregas.

Como referee seguí en ese tiempo,
y los honorarios que recibí
se sumaron a fin de mes un sueldo
tres veces mayor que el que recibí
en la Usina antes de la intervención.
Mi querido padre concurría siempre
a donde me tocaba intervenir,
creyendo el, que así, mejor me cubría
de cualquier eventualidad surgida
en tan escabrosa y dura misión.
Estaba escrito, parecía; el destino
en nada cambia su designio y trae
a su cuerpo, por demás castigado,
el último dolor que con valor
indescriptible hasta el fin soportó.
El golpe sorpresivo nos anula
a todos nosotros y nuevamente
se colocan piedras en mi camino,
frenando así toda actividad mía.
A su lecho de enfermo acuden grandes
y pequeños amigos y le llevan
el sincero deseo por una pronta
mejoría que ya jamás le llegó.
Su obra en esta vida al tope alcanzó
al tener solo cincuenta y cinco años
de edad. Sus luchas en bien de obrero
cesan cuando cómodamente entonces
podían continuar desde su retiro
como jubilado, premio que apenas
dentro de un lapso muy corto gozo
al medir lo tanto que trabajo.
Días antes de su muerte, me pidió
que como referee no actuara más;
desde esa fecha sus deseos cumplí,
y el nueve de julio me retiré
para siempre de los terrenos del futbol,
y el veintitrés del mismo mes exhala
su último suspiro y deja en su adiós
lo más grande que tuvo en su vida,
su gran cariño y su profundo amor.
La congoja nos abate ese día
y nos postra en otro dolor sin par.
De nuevo otra vez caen sobre mi espíritu 
Sombras que me cubren y desalientan.
A esta altura de la vida era ya
mi padre el gran camarada. Con él
podía en adelante, en mis pensamientos
comerciales, contra con su sincera
colaboración, pues, en mi cabeza
esa idea golpeaba siempre con brío.
El puesto desempeñado en la Usina
tenia cimientos municipales
y a medida que los días transcurrían,
las dificultades se acrecentaban
para la expropiación definitiva
de las instalaciones existentes
de cuanto perteneciera a la empresa,
y comprobado todo esto por mí,
y la con la seguridad que en un cambio
político podía quedar cesante,
reconocí que otra senda no había
sino la de instalarme de una vez.
Sacudido en esa fecha el Senado
de la Nación, cuando el bravo tribuno
de la época, Lisandro de la Torre,
en el recio debate de las carnes
combatiera solo a la oligarquía
feudalista que abochornaba al país,
se estremeció también al caer allí
asesinado por la cobardía
de Valdez Cora, el valiente soldado
Demócrata Progresista, llamado
Enzo Bordabere, quien resguardando
con su pecho la vida de amenazada
de nuestro líder, entonces Fiscal
de la Patria y su incansable vigía,
perdió la suya el mismo veintitrés
de julio cuando mi padre se fue.
El horizonte político, oscuro
por las nubes que siempre levantaban
desde que Uriburu nos implantó
su dictadura, cerraba en tormenta
sobre el gobierno de nuestra provincia.
Las “sucias” calles de Rosario, fue
la causa que sirvió al general Justo
para asestar su “punch” de intervención,
cayendo así Molinas por mentiras
que solo tuvieron su consistencia  
en el medio que operaban los tránsfugas
que más tarde fueron los radicales
“justistas” de Iriondo y los “argonsistas”,
tremendos farsantes de igual fracción.
En octubre de ese año se produce
el zarpazo, el que cambia a Dalledonne
por Bautista Borgarello y su séquito,
Onofre Álvarez, a Augsburger desplaza
en la intervención de la Usina Eléctrica
y de inmediato empieza a deponer
a los empleados y obreros, usando
el procedimiento del despotismo
cuya consigna bien asimiló.
Creyeron que mi colaboración
era necesaria en la circunstancia,
a mí no se me molestó en el caso,
pero aquella ignominia padecí
extensamente al extremo, sin darme
ya jamás tranquilidad en el puesto
que con tanto entusiasmo allí ocupé.
El destino a veces tiene sus cosas
raras, y en aquel lugar ocurrió
lo inesperado. Eugenio Maranetto
que fuera componente de la firma
y el principal del establecimiento
que en el treinta y dos tuvo que cerrar
sus puertas por quebranto financiero,
ocupó un puesto en la contaduría
de la oficina que estaba a mi cargo.
Cuando del mismo posición tomó,
le pareció encontrar allí, un abismo
en su profunda decepción moral
de donde no podía elevarse para
ponerse a la par de aquellos que fueron
ante él, fieles servidores, que dieron
a su bondad, el esfuerzo mayor,
recompensando así con el espíritu
generoso que aplicó sin cesar
en todos los gestos de hombre derecho.
Para él tuve la más grande y cordial
atención, contribuyendo con ello
a templar su alma cuando no tenía
nada en su interior que pudiera ya
poseer valor siquiera de esperanza;
su ocaso en la vida no podía darle
fuerzas suficientes para volver
a empezar donde los escombros eran
el martirio en su bárbara derrota;
solo en su derredor polvo tenia
que a sus posibilidades cubría
hasta oscurecerles los horizontes
que fueron fáciles a sus conquistas
en las horas jóvenes de su ayer.

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