Francisco Trujillo: Cañada, en su pasado y mis cosas. Año 1921

Confitería Los Dos Chinos, ubicada en Lavalle 1001, lugar de encuentros de la juventud.


La Cañada del 21, los recuerdos de la huelga, la plaza y los paseos de entonces

Soltando el calendario la última hoja
del año veinte, el veintiuno arrimaba
con promesa de darme la libreta
de enrolamiento el siete de setiembre.
Ese anhelo, vigoroso en los jóvenes
al cumplir los dieciocho años de edad,
me tenía nervioso. El “gran” documento
me daría según mis razonamientos,
jerarquías que a nivel de los mayores
me pondría; y todo aquello equivalía
a ser “hombre” con iguales deberes.
Aún eran tiempos de bravas peleas
en los cafés, en los bailes y en cuantos
rincones donde la “barra compadre”
entraba y barría el lugar a empellones,
donde el “taita” con sus tacos decía
de su pobre hombría que allí resaltaba,
del sello inmortal que lo distinguía
y de aquella escoria que no negaba.

En esa edad, concurría como socio
al Círculo Social donde su sede
tenía frente al Cine Teatro Español;
escuchamos a Gelos en el piano
y armamos tertulias inolvidables,
donde Molinas, Laguna, Monsalve
y cien muchachos más allí estuvimos.
¿Quién olvido los bailes que duraron
hasta el amanecer, cuando las chicas
tiempo antes sus vestidos prepararon
para llegar a el mejor y mejor?
Recias las discusiones resultaron
que de política, Debernardini,
Ferrucio y Don Manuel, allí efectuaron.
Sus ideas sembraron con entusiasmo,
enrostraron los errores y fraudes
al oficialismo que entonces bárbaro
dilapidaba el erario del pueblo
mientras tronchaba a la ciudadanía,
quitaba la vida a quienes osaban
reclamar pérdidas de libertades,
derechos humanos irrenunciables
y todo otro bienestar concedido
por la sabia naturaleza al hombre;
por el idealismo a la libertad
y por la justicia, y por todo aquello
donde la cultura destierra al mal,
se luchó desde tiempo inmemorial,
y quienes ahí brindaron sus esfuerzos,
tienen en la historia eternos laureles;
los déspotas en todas las horcas del mundo
por rechazar la civilización
de los pueblo y su felicidad.

En el veintiuno, el aspecto hogareño
tenia casi iguales formas. La lucha,
volvió a ser bandera de mi padre
y antes sus consignas nos resignamos
todos. Larga fue la ausencia obligada
a raíz de aquel congreso ferroviario
que en Buenos Aires realizaron
cuando se discutió el escalafón
después de las huelgas que al final dieron
amargas consecuencias y el oprobio
de la torturante “Semana Roja”.

El desasosiego enervó la paz
de nuestros espíritus en aquel
lapso en que creímos ganado, para él
la recompensa que bien merecía
después de tanta labor desplegada
durante años por la felicidad
de sus camaradas, la de sus hijos
y por la propia, que en su hogar querido
se presentaba como desventura
por no querer la honradez al trabajo,
premiar dignamente a todos aquellos
que tanto hacían por el bien general.
La maledicencia trajo después
de las batallas y de las victorias,
las que tuvieron tantos sacrificios,
despiadadas mentiras, socavando
profundamente conducta y moral
de quienes los afanes imponían
para cumplir mejor, con su deber.
Esa injusticia llegó a tal extremo,
que amenazas pusieron en peligro
a mi progenitor, sin conseguir
doblar en absoluto sus propósitos.
El trato directo con los patrones
dió lugar a los “expertos”, al juicio
malintencionado, elaborador
de las intrigas  que se habían tejido
en contra de los hombres que trataban
en un solo interés y en el esfuerzo
común, coronar caras ambiciones.
¡Vendidos!... fue la expresión desmedida;
del escalafón nació la verdad
y la lección a  quien “posiblemente”
pagado, tentaba hacer fracasar
el trabajo en el magno y fiel congreso.

Crecía la población y entonces calle
Lavalle radiaba desde “Benaros”
hasta el “Molino”. La vereda norte
totalmente de mosaicos, había
cambiado mucho frente al barro y tierra
de su calle. En ese punto, las niñas
y caballeros antes de llegar
a la plaza, por las tardes, cruzaban
el primer adiós que allí rendían
con sonrisas y quitar de sombreros.
Las puertas de casas y los balcones
recibían a la hora crepuscular
el naranjo color de cielo claro
y el rubí de las nubes de oración,
y rubricando el cuadro aparecían
en celestes vestidos bien planchados
las jóvenes que en el día a su galán
soñaron y esperaron que llegara.
La plaza, era el lugar de los paseos,
de rondas interminables en noches
de veranos, tardes de primaveras,
y en los tibios días de otoños e inviernos.
El romance remarcaba  en el suelo
por años las pisadas del idilio,
y sellaba en los ojos al pasar
el fuego del ardiente enamorado.
Las “fuentes” retrataban las imágenes
cuando miraban al cielo que hablaban,
y cumplieron quizás todos los sueños
que allí forjaron sin arrodillarse;
y lastima se dijo, en otro instante,
que Casañas, grosero, no supiera,
que la fuente que otra vez ahí volteaba
dejaba sin espejo para siempre
al altar que tanto así se adoraba.

El deporte consiguió en ese tiempo
apasionarme hasta el último extremo,
y nuestro club que también remontaba
me dio el placer de triunfos resonantes
cuando en primera con todos jugaba.
Aprendices fue rival tesonero,
jóvenes todos de similar edad;
Nícoli, Primerano, Victorero,
Laguna, Luján, “Zaranda” y demás
que comandados por el gran “Petizo”
Curi, se “empleaban” hasta más no dar;
¡Vamos, ataja, ataja “Parolin!”…
le dijo desde afuera en un partido
que perdían por siete a cero. Quería
por lo menos que no cayera allí
la moral, que era un juicio deportivo
un caudal de valor insustituible.
Con Everton dos a cero perdimos
en el primer encuentro que en primera
actuamos en la cancha que tenía
allá, entre Lavalle, Colon y Ocampo.
En nuestra segunda presentación
a América derrotamos tres a uno
en su cancha, antigua plaza Argentina.
Este acontecimiento alborotó
a la afición local y alrededor,
y nos presentaba a larga distancia
como una novedad “indiscutida”,
por razones de nuestra juventud
y el modo particular que tuvimos
para coordinar, aquella armonía
que no se desdibujaba  casi nunca
en los cuadriláteros desiguales.
Sarmiento, de Leones, nos invitó
en su época de oro. En tren allá fuimos,
olvidando Steiner todo su equipo,
dificultad esta que solo diez
íbamos a afrontar aquella tarde
si no nos alcanzaba Víctor Fosati
los “enseres” que por allí logró;
tres a dos ganamos aquella copa
que con gritos, “banda y bombas” jugamos.
Marcos Juárez, al domingo siguiente
nos llama y pone una copa más grande.
Horacio Abregú, por perder el tren,
llega en bicicleta por polvoriento
camino picado. Su hazaña asombra
a todos y mucho mayor nos resulta
su proeza, al cumplir noventa minutos
de juego en su puesto, cuyo final
un empate más que honroso nos dió.
Tiempo después, trajimos al ganar,
un largo jarrón de barro color
castaño, pareciendo su formato
al tarro que siempre el lechero tiene
para la venta de leche en su carro.
Ese “trofeo”, al primero reemplazó,
y nuestra justa protesta sentamos
condenando al abuso bochornoso
apoyados por la ira que encontramos
que tan ruin actitud recriminó.
Aquel año, nuestros triunfos, aparte
de brindarnos la satisfacción que ellos
nos dieron, nos dio la inmensa alegría
por el interés que había en conocernos.
Tal novedad y la “suerte” en tener
tan pronta “popularidad”, nos hizo
considerar muy repetidas veces
la invitación recibida entonces.
Semanas hubo que las mismas dieron
motivos a enojos en la directiva
por discrepar entre los componentes
sobre quien debiera ser aceptado
para el siguiente feriado o domingo,
usado en adelante el club, el sano
criterio de aceptar invitaciones
a medida que llegaban, sin más.
Durante esa temporada, jugamos
treinta y ocho partidos, con resultados
favorables en su gran mayoría.
Aquella campaña nos colocó
en un plano de honroso y destacado
mérito, suficiente para dar
a nuestras cabezas livianas, alas
que a distancias vanidosas volar
quisieron en busca de otros aplausos;
igual ya no ocurría como al principio,
la fama encandilaba y nos mareaba.
Al empatar dos a dos con Sport
en nuestro primer encuentro con Nuín
en el arco adversario, que llegó
“lleno” de gloria estelar, y después
de vencerlo Remo con aquel tiro
que al suelo y bien para atrás lo costó,
cuando Ansaldi luego lo fulminó
tirando a la carrera y sus manos
otra vez de Bernardo se doblaron,
en aquel encuentro que el “referí”
a dos de los nuestros al “tanteo” sacó,
y cuando al poco tiempo nuevamente
en su cancha ganamos cuatro a cero
el desempate, aquella tarde gris,
de frío intenso, donde prendieron
fogatas alrededores de la cancha
que el público allí bien aprovechó,
después de esto, nos pareció que ya era
la hora de “volar” más lejos, muy lejos.
A Ansaldi se le ocurrió por España
una gira realizar, fracasando
por ser nosotros menores de edad
y por el reto “fiero“ que nos dieron

nuestros padres, amigos y demás.

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