ADOLFO, QUIÉN CON SU PINCEL LE PUSO COLOR A LA VIDA... SEGUNDA PARTE

Sin Norte, Óleo de Adolfo Wytrykusz


Ese barrio que Adolfo recuerda con mucho cariño, también tenía sus trágicas historias, donde por ejemplo una mañana doña Catalina se levanta y cuando llega al jardín de su casa ve un cuchillo lleno de sangre, producto de alguna pelea nocturna donde algún que otro guapo escapándose de la policía seguramente tiró el cuchillo en el patio. O un recordado partido entre Newell´s y Sport que terminó con el cinturón de Valentino cortado por una puñalada salvando su vida.  Y justamente en ese lugar tan particular de la Cañada de entonces Wytrykusz remarca que “enfrente de donde nací había una quinta de Dante Ciriani y una vez la alquilaron y vivían allí unas chicas de cabarets, y siempre eran visitadas por los cafishos.  Esas chicas pertenecían a Casa Grande, que era frecuentado por personas con fuerte poder político que lo hacían cerrar y quedaban dueños de las prostitutas y de todo. Una vez, escondidos tras las plantes y tirados en el pastito veíamos a las chicas como se divertían. Una buena noche aparecen dos tipos entre ellos un chico, que luego supimos que era el Pibe Cabeza, junto con algunos policías que se sumaban a la fiesta con orquesta y todo. Recuerdo que fue un lunes y cuidaba de ellas un tal Vadovía, que era lustrabotas en los Dos Chinos.” Cabe recordar que el Pibe Cabeza era en realidad Rogelio Gordillo, un delincuente que vivió en Rosario y junto a Antonio Caprioli, alias El Vivo  fueron los pioneros en los asaltos comandos utilizando ametralladoras Thompson en la década del treinta y que según cuenta el relato oral popular, estuvo albergado en el Hotel Español de José María Fernández ubicado en la esquina de Lavalle y Schnack.


Cómo era por aquel entonces, Adolfo apenas hizo un par de años en la secundaria, es que estudiar en esa etapa de la vida era sólo para los privilegiados. Entre sus compañeros recuerda a Albertengo, Beltrame y Pelagagge entre otros. Ni bien dejó los estudios comenzó a trabajar en Casa Pérez Vázquez y Casadiego, que estaba ubicada donde hoy existe una tienda deportiva en la esquina de Lavalle y Pagani, y ganaba unos diez pesos mensuales, de los cuáles dejaba cinco en la compra de pilchas. Compartía las jornadas junto a Cacho Peralta, padre del hoy gobernador de Santa Cruz Daniel Peralta y don Peñafiel en la sastrería. Poco tiempo después fue a “laburar” a la panadería de los Serrano quedándose desocupado a los pocos meses. Una vez, jugando al ajedrez con Mariano Serrano y Mauricio Lederman llega al club Antonio López, administrador de Estancia La Jacinta buscando algún joven que quiera manejar la trilladora y para esos rumbos se dirigió Adolfo, donde conoció a un tal Girotto que luego fuera militar, a Silvano, Bortolato, Rossi y en la casa vivían los bisabuelos de Carina Mozzoni. Tampoco le esquivó a la labor pesada del cosechar caminando, una vez levantó con horquilla en mano todo el lino junto con Pierina, una de las niñas de la chacra. Pero en esa etapa previa al llegar al correo, Adolfo trabajó en la compañía Acevedo y Shaw, al mando del Ingenierio Ogando. Esta empresa fue la contratada por el Intendente Bautista Borgarello para las primeras cuadras de pavimentación en la ciudad. Él se encargaba de controlar los hierros y las piedras que se encontraban depositados en calle Marconi cerca de las vías férreas y fue allí donde conoció a otro personaje cañadense, el recordado Américo Rastaldo.

Siendo Intendente Municipal el recordado Isidoro Martin, que era cuñado de Adolfo y que fuera quién inauguró el Parque Municipal en el año 1942, nuestro querido amigo pudo conseguir el trabajo donde más lo recuerdan los cañadenses. Gracias al gran apoyo de Julio Peña, entonces legislador provincial, comenzó su trabajo como mensajero en el correo de nuestra ciudad. “Hace de cuenta que llegué a presidente”, expresa Adolfo, “era un gran trabajo con mucha proyección de futuro”. Y no se equivocó, a los dos meses reemplazó en los telégrafos, después fue jefe relevante, en Villa Eloísa, Fuentes, Arteaga,  San José de la Esquina, San Genaro,  San Genaro Norte,  Las Parejas y Cañada de Gómez. Entre 275 oficinas lo seleccionaron y becaron para ir a Buenos Aires para ser sub inspector, cargo que no aceptó por estar trabajando en la Escuela Técnica. En sus cincuenta años en la institución llegó a ocupar el cargo más alto del cuál se jubiló entrada la década del noventa.

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