Lo que las cacerolas no podrán evitar jamás

Los datos de la realidad son incontrastables. No hay medio periodístico, hegemónico, contrahegemónico, dependiente o independiente, que pueda cambiar los hechos. Ni una cacerola ni los cientos de caceroleros que las atañen. No hay margen aunque hagan ruido, golpeen a los periodistas, se dejen influir por los relatos catastróficos editados por La Nación y Clarín, emitidos por la pantalla de TN, o por las frases acalambradas que transmite Radio 10. Y aunque por estos días, el aire suene intermitentemente a lata, el presente es cartesiano por claro y distinto. 


Los cacerolazos, hijos del neoliberalismo y padres de expresiones como asambleas barriales, movimientos de desocupados, fábricas recuperadas, ferias del trueque, tuvieron su momento más álgido en 2001. Las poco más de 36 millones de personas que habitaban suelo argentino, atravesados por la desesperación, marcaban un nuevo récord: la tasa de desocupación más alta de la historia del país. Así, el 21,5% de la población activa estaba sin trabajo. En términos humanos, había casi 5 millones en la calle y casi 2 millones de subocupados, o empleados en negro o no registrados o precarizados y casi el 30% de los ocupados no tenía los aportes obligatorios. En definitiva, desde el segundo mandato de Carlos Menem y durante los años de gobierno de Fernando de la Rúa, en la Argentina se multiplicó el número de excluidos sociales. Son demasiado pocos los años que pasaron. No es tan difícil recordar que cuando sonaron los primeros bocinazos, el 12 de diciembre de 2001 que dieron paso a las cacerolas del 19 y 20, el índice de pobreza había marcado otro récord nacional al alcanzar el 53 por ciento. El análisis es un buen ejercicio. Tratar de descubrir por qué el Grupo Clarín, Perfil y La Nación se dedican sin descanso a ser cada vez más opositores. Por qué toda su maquinaria mediática está dedicada a instalar realidades que amplifican en todo el país. El cacerolazo del pasado jueves es un ejemplo de fácil acceso. Los planos cortos de las cámaras de TN daban la sensación de que una había multitud en Plaza de Mayo. Sin embargo, bastaba con mirar esa misma escena desde el primer piso del Cabildo para constatar que se trataba de una mancha de gente acalorada y nerviosa por el sólo hecho de poner sus pies abrigados en esa plaza que seguramente sienten que no les pertenece. ¿Y toda esa movida? ¿Es por la supuesta imposibilidad de adquirir dólares? Negativo. La construcción del relato es más fuerte. 
Lo que los caceroleros no sospechan y bien saben los ideólogos del cacerolazo, es que los hombres y las mujeres, los chicos y las chicas que sacudían sus utensilios y agitaban cartulinas apartidarias, son los protagonistas de una canción de la que no saben la letra y que sólo está disponible hasta el próximo 7 de diciembre. La situación es provocar la mayor sensación de inestabilidad y de inseguridad posible hasta entonces. Quizás los que golpean cacerolas ni siquiera lo sepan pero la campaña de desestabilización ya está en marcha. Los medios hegemónicos, porque la oposición política ni siquiera tiene representación, la construyen minuto a minuto. Detrás, como históricamente, la derecha está agazapada. Con la excusa del dólar, los medios, que hoy ponen en marcha los recursos comunicacionales que desde hace tiempo estudian, llevan a unos pocos miles de las narices y los hacen saltar de bronca en la plaza haciéndoles creer que jamás podrán volver a ver un dólar. 
No hace falta recordarle la realidad al lector. En vano se desperdiciaría tinta y papel enumerando los cambios realizados de 2003 a esta parte. En lugar de leer, quizá, un análisis interesante es recorrer un shopping cualquiera el sábado a la tarde. O intentar tomar un helado, sin esperar al menos diez números en cualquiera de las zonas “caceroleras” de la Ciudad de Buenos Aires un viernes a la noche. O abrir cualquiera de los diarios de circulación nacional y ver en las publicidades qué supermercado o cadena de electrodomésticos da más facilidades para comprar en cuotas fijas, expresadas en pesos. Toda una señal de una sociedad que marcha hacia la estabilidad. Es claro que sin propuestas es imposible la construcción de cualquier cosa: desde un juego que se le ofrece a un niño, hasta un negocio y mucho menos, un país. 
Los caceroleros, y es muy rico semánticamente llamarlos así, se concentraron en puntos de la Ciudad en los que el metro cuadrado de una vivienda puede alcanzar los 10 mil dólares y el ABL impuesto por el macrismo es vergonzoso. Todos repitieron la frase “que se vayan”. Fue el producto de la propia impotencia, al no poder agregar una idea a ese imperativo, lo que hizo que los periodistas de la TV Pública y de la producción de Duro de Domar tuvieran que dejar su trabajo para terminar en la guardia de un hospital exponiendo sus cráneos a los rayos X. Vale la pena preguntarse por qué no hubo cacerolazos en Boedo o en Parque Chacabuco, por nombrar arbitrariamente dos puntos cualquiera de la Ciudad. En tanto, un mundo demasiado globalizado obliga a contextualizar: España tiene casi 6 millones de desocupados, un porcentaje que no se registraba desde 1994, Inglaterra alcanzó el máximo en los últimos 16 años con casi 3 millones, Italia también batió récord y su tasa de desempleo llegó al 10,9%, el nivel más alto desde 2004. 
En la Argentina aún queda mucho por resolver. Y lo que viene quizás sea lo más difícil. La igualdad y la inclusión requieren de inteligencia y paciencia. Tiempo hay. Y voluntad sobra. Los caceroleros y los ruralistas lo saben. Por eso, se empeñan en visibilizarse con golpes que suenan más a manotazos de ahogado.


Por: 
 
Matías Garfunkel

Tiempo Argentino

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