La palabra visceral

A 40 años de la primera edición de "Las venas abiertas de América Latina", el escritor uruguayo Eduardo Galeano reflexionó sobre su origen y su vigencia.

Por DenIse Tempone 

Cuando en abril de 2009 Hugo Chávez extendió su mano hacia el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, para regalarle Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano, la prensa americana y europea se sorprendió ante el gesto. ¿Por qué habría de regalarle un libro que estaba en el puesto 60.280 del ranking de Amazon? ¿Por qué traer al presente un libro escrito en 1971? ¿Por qué esa risa burlona y semejante ostentación de la tapa? En una semana, ese pequeño gesto de Chávez que era en realidad una potente declaración, despertó la intriga de millones de personas. A medida que la imagen y la noticia corrían, más y más personas se convertían en lectores de esa misteriosa obra, jamás difundida masivamente por circuitos no pertenecientes a las ciencias sociales académicas estadounidenses y europeas. En siete días, Las venas... avanzó 60.275 lugares en el ranking de los libros más vendidos en Europa hasta llegar al quinto puesto. Semejante escalada obligó a repensar el contenido y reabrió un debate sobre algo que si bien no era del todo nuevo, llegaba con aires renovados. Aunque ciertos sectores optimistas del intelectualismo hablaron de la "revitalización" de una vieja causa setentista, la derecha prefirió hacer referencia al fenómeno como un "producto del mercadeo chavista". En este contexto no faltaron quienes cuestionaron el rigor de la obra de Galeano y la redujeron como el "perfecto exponente de la retórica del victimismo", una retórica que le venía como anillo al dedo al siempre "paranoico" presidente venezolano. Inútiles fueron las críticas, la respuesta de Obama habló por sí sola. "Pensé que me iba a dar algo escritor por él", observo primero, desacreditando a su par. Luego, comunicó a través de sus voceros que si tenía tiempo "lo ojearía". Más tarde su portavoz oficial explicó que, si bien el presidente era un hombre leído, ese ejemplar "no estaba entre sus prioridades". Esta declaración no hizo más que agitar el avispero que permitió que Las venas... volviera a ser releída por millones y fuera descubierta por primera vez por otros tantos. Hoy, a 40 años de su edición, su análisis sobre los problemas latinoamericanos se mantiene más vigente que nunca, y no es de extrañar que Galeano despierte una suerte de fervor rockero entre sus jóvenes seguidores. Sus lectores, especialmente los más jóvenes, se abalanzan a él en busca de una firma, tal como lo hicieron quienes el pasado martes 27 de septiembre se acercaron a la Biblioteca Nacional para discutir la situación haitiana. 

Siguen sangrando. Para Galeano, Las venas... es un reflejo nítido de lo que era el ambiente latinoamericano en la década del ‘70. "Había un movimiento de mucho entusiasmo. Era un cambio que estaba íntimamente ligado con la idea de la justicia -recuerda-. La intención que tuve al escribirlo fue el difundir ciertos datos que obtuve sobre el proceso por el cual América latina se fue empobreciendo, perdiendo soberanía y disminuyendo su autonomía. Mientras eso sucedía, ciertos países iban articulando en el mundo un sistema internacional de poder que es el que ahora resulta virtualmente unánime a escala planetaria. Está claro que ese sistema se alimenta de la desigualdad de sus partes", reflexiona cuatro décadas más tarde el autor. 

Galeano comenzó a trabajar en este libro cuando tenía tan sólo 27 años. Lo finalizó a los 31 años. Lo escribió mayormente durante el día, y asegura que en esos cuatro años que se tomó para plasmarlo, usó tan sólo noventa noches. Por ese entonces trabajaba como periodista, editando libros, y estaba empleado en el Departamento de Publicaciones de la Universidad de la República. Su propia curiosidad lo hacía estar muy al tanto de las relaciones internacionales desiguales que esta parte del continente mantenía con el resto del planeta y decidió hacerse el tiempo para investigar todo lo posible al respecto. Las venas... no tardó en hacerse una reputación como "la biblia latinoamericana", pero justo cuando su popularidad crecía, los golpes militares de Uruguay, Chile y Argentina la censuraron convirtiéndola en material maldito cuya posesión hablaba de por sí sobre lo amenazante del lector. El retorno de la democracia permitió que adquiriera un lugar preponderante dentro de las carreras de ciencias sociales latinoaméricanas y se convirtió en la referencia obligada de la militancia de izquierda, algo que marcó profundamente al autor. "Me siento muy orgulloso de haberlo escrito. Este libro ha sido una confirmación indudable de que escribir no es una pasión inútil. Eso es un gran estímulo para seguir trabajando. Pero por otro lado, el libro me pesa como un ancla, marca un estándar que me siento obligado a alcanzar una y otra vez y aunque eso puede ser motivador, a veces es frustrante". 

¿Cómo se siente al percatar la vigencia de algo escrito hace tanto? ¿Qué se siente saber que logró exactamente lo que quería: que todos supieran lo que pasaba por este lado del planeta? "Yo soy un hombre de esperanzas, pero a partir de mucha desesperanza; y la esperanza y desesperanza se me cae y levanta varias veces al día. No creo en la gente de esperanzas invulnerables. Si uno está vivo nace y muere varias veces al día. Y en todo caso creo que vale la pena estar vivo y que el mundo puede cambiar. El dolor evitable es el más doloroso. A mí me duele el dolor de tanta gente. Yo no siento que sea un hombre solidario porque mi cerebro me diga que lo sea, es algo que sale del hígado, del corazón y las entrañas", concluye.

Siete Días

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